Relato #266: El venado niño – Emma Dolujanoff

Fotografía de Ian Turnell en Pexels.com

Camino. El agua se mece dentro del cántaro. El cántaro sobre mi hombro. Camino en la mañana. Camino a esta hora de la noche. Aquí hay un pedazo de tierra que va del mar al río. Es camino de ida y vuelta que va y viene corriendo. 

Pero no se tuerce, ni se hunde, ni se enrosca por encima de ningún cerro. Es tierra que quiere ser lodo, arena caliente que muerde llagas por dentro. 

}Aquí hay un árbol, hay un río, un venado escondido. Hay un santo de madera, un San Joaquín color de oro. Aquí nadie se queja.

Nací sobre una tierra que es lodo. Se deja atajar por todas partes, se vuelve mar y pantano. San Joaquín le dicen y no es cierto: no tiene color, ni nombre, ni nada. Es arena caliente que comienza a arder antes de que el sol quiera arrimarle sus brasas. Es apenas un puño de jacales y dos montones de gente. Es gente que va y viene y se queda donde mismo.

Un venado niño en un árbol, en una nube, cerca del río.

¡San Joaquín venado, San Joaquín iglesia! Dicen que llevo mala vida porque busco a Dios en el río. Iglesia no falta: grandota y bien dada, creciendo sobre jacales. Y de crecer, sigue creciendo -pero de que llegue al cielo, siempre le va a faltar ese mismo tantito que le viene faltando desde siempre.

El mar se acaba en el cielo. Juana, Juanita, el mar es agua del río.

Piedra parchada de adobes es esta iglesia. La piedra la trajeron de Caborca o de Punta Peñasco o de más lejos. Adobes de San Joaquín, remiendos por fuera y pilares negros por dentro. Tres ébanos mataron para detenerle el techo al santo, Ébanos muy altos, como ese llegando al río.

San Joaquín de bulto, santo de madera: ¡tres ébanos murieron por tu piedra de Caborca!

Tengo jacal y me quejo. Tengo un cántaro y me quejo. Nací sobre este lodo y no nos falta camposanto. Aquí quieren enterrarme, con el cántaro vacío, Dicen que tengo pecado: bebo pedazos de río.

¡Cielo arriba, iglesia atrás! Aquí nadie se queja. Mi padre no se queja, mi madre no se queja. No nos falta pantano ni agua que se revuelque en el fondo de un pozo. Agua medio limpia y medio puerca, sucia de la misma tierra que se aprieta encima de los muertos. Yo soy Juana, soy Juanita, adentro me cabe un río.

San Joaquín pueblo, San Joaquín iglesia, tengo que rezarte dos veces en un día. Ni mi padre, ni mi madre, ni nadie sabe quién: así dejó mandado uno que podía mandar. Yo soy Juana llorando. Cantando, rezando.

San Joaquín Manto Dorado: un niño cántaro, venado. ¿Qué no oyes, santo acalambrado? En tu cara te lo digo, San Joaquín color de oro: ¡a ti te dan tu pintadita cada que te toca!

Santo pasmado y terco: el rezo de mi madre, el canto de mi padre, ¡cántaro vacío! Yo soy Juana, soy Juanita, adentro me cabe un río. Yo soy Juana llorando y tú, más desidia que santo.

En el altar, San Joaquín Manto Dorado, santo de madera mirándome de lado. Me persigno, me levanto, tomo agua bendita. Santo de mi pueblo, voy por agua al río.

Camino. El agua se mece dentro del cántaro. El cántaro sobre mi hombro. Camino de día, camino de noche. Voy por este atajo hasta el último cerco.

Aquí hay un solo árbol, una sola nube. Pedazo de arena que es como tierra sin agua aunque tenga río. Aquí nací y aquí quieren enterrarme, con el cántaro vacío. Juana, Juanita, ¿a quién le cabe adentro un río?

Camino. Voy por este atajo que no quiere ser atajo. Después del último cerco, se vuelve árbol y río.

– Por San Joaquín -decía mi padre-, pasó corriendo un venado.

Se escondió cerca del árbol. Vi sus manos en el río.

¡Cielo arriba y mar atrás! Aquí, el ébano más alto

Tengo jacal. Tengo un cántaro, venado cerca del río. Lo miré. Juana, Juanita, lo seguí mirando. Sacó las manos del río, color de ébano su pelo. Yo soy Juana, soy Juanita. Arrullo niño, ébano, venado. En el altar, San Joaquín Manto Dorado. ¡Santo de madera mirándome de lado!


Fuente

Dolujanoff, Emma. 1988. Cuentos del desierto. Gobierno del Estado de Sonora / Coordinación de Publicaciones / Secretaría de Fomento Educativo y Cultura. Sonora, México. Pp. 49 – 51.

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